Construido entre los siglos XIV y XV, el puente de Carlos IV (Karlův most), es uno de los atractivos turísticos más importantes de Praga.
El puente de Carlos IV cruza el río Moldava (Vltava) uniendo Staré Město (la ciudad vieja) situada en la orilla este, con Malá Strana (el pequeño barrio), al oeste de Praga. Esta última zona es la más habitual para buscar alojamiento en Praga, por ejemplo a través de Destinia, por lo que resulta de obligado paso para acercarse a ver los destinos turísticos de la parte antigua de la ciudad (el barrio judío, la plaza Staroměstské náměstí, el antiguo ayuntamiento, el reloj astronómico,…).
Por todo esto, el puente es un continuo ir y venir de paseantes en todas las épocas del año, desde primeras horas de la mañana hasta altas horas por la noche.
A lo largo de sus más de quinientos metros se suceden a ambos lados un total de 30 estatuas, casi todas de santos, esculpidas durante los siglos XVII y XVIII, aunque en la actualidad sólo quedan réplicas de la mayoría, ya que las originales, guardadas en el Museo Nacional de Praga, son de una piedra bastante endeble que aguanta mal la intemperie.
El grupo escultórico más importante es quizá la estatua de San Juan de Nepomuceno, situada en el punto exacto en el que sufrió martirio siendo arrojado al río por no querer desvelar los secretos de confesión de la reina, esposa de Wenceslao IV. Se dice que si tocas en la placa de bronce que representa su martirio, algún día volverás a Praga.
Fuera del pretil del puente se encuentra la estatua del caballero Bruncvík, un legendario príncipe cuya historia con un león y su espada mágica, dio origen a la presencia de este animal en el escudo heráldico de Chequia.